27/3/07

22/3/07

El Tesoro Enterrado

Tengo un poco abandonado el Blogspot, como tengo abandonadas muchas otras cosas, estoy de vacaciones mentales además de constipada.

Así, se me ha ocurrido contaros un cuento que leí una vez en un libro de Jorge Bucay y que me llamó la atención, pero cuya moraleja esta aún por determinar.

El título del cuento era: El Tesoro Enterrado.

Había una vez en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solitario que se llamaba Izy. Durante varias noches soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río. Soñó que a un lado del río, y debajo del puente, se hallaba un frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda la vida.

Al principio, Izy no le dio importancia. Pero cuando el sueño se repitió durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que no podía desoír esa información que le llegaba de no sabía donde, mientras dormía.

Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para un largo viaje y partió hacia Praga.

Después de seis días de marcha, al anciano llegó a Praga y se dedicó a buscar el puente sobre el río a las afueras de la ciudad.

No había muchos ríos ni muchos puentes, así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial.

Izy no se atrevía a cavar mientras el soldado estuviera allí, así que acampó cerca del puente y esperó. La segunda noche, el soldado empezó a sospechar de aquel hombre que acampaba cerca de su puente, así que se aproximó para interrogarle.

El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que había llegado desde una ciudad muy lejana porque había soñado que en Praga, bajo un puente como aquel, había un tesoro enterrado.

El guardia empezó a reírse a carcajadas.

- Has viajado mucho por una estupidez – le dijo -. Desde hace tres años, yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de un viejo loco llamado Izy, hay un tesoro enterrado, ¡ja ja ja!

Izy dio amablemente las gracias a aquel hombre y regresó a su casa.

Al llegar, cavó un pozo bajo su cocina y encontró el tesoro que siempre había estado allí.

Mafalda

14/3/07

Historia de las fallas

En el año 138 a.C. se fundó la ciudad de Valencia, por el cónsul romano Décimo Junio Bruto, que instaló en esta rica zona a los soldados que habían guerreado contra Viriato, con el nombre de Valentia Edetanorum y los árabes le dieron definitivo esplendor, convirtiéndola en capital de una importante taifa. El Reino de Valencia nació hacia el año 1009, luego tuvo continuidad cristiana a partir de la conquista de Jaime I en 1238.

Las Fallas fueron declaradas Fiestas de Interés Turístico Internacional, famosas en todo el mundo, nacieron del pueblo y fueron rechazadas, en un principio, por la burguesía y el clero.

La palabra Falla proviene del la palabra latina Facula (Antorcha) . Este termino se utilizaba tanto para las antorchas que iluminaban las tiendas de campaña como las que utilizaban pala alumbrar una fiesta.

Tiene su origen en la costumbre de los artesanos que en el invierno encendían al anochecer candiles suspendidos en el "estai", "parot" o "pelmodo", similar a un largo candelabro con varios brazos; al llegar el buen tiempo, la primavera, lo quemaban y los carpinteros, que durante todo el año habían estado trabajando en sus talleres, aprovechaban la llegada del buen tiempo para limpiar sus carpinterías sacando los tablones, tablillas, viguetas y demás a la calle y apilándolas les prendían fuego; con el tiempo, los vecinos comenzaron a apilar muebles y otros elementos viejos que ya no les servían en la casa. Esto se convirtió en una fiesta popular y lo que en un primer momento eran muebles poco a poco se llegó a representar mediante "ninots" la sociedad en la que vivían, lo que provocó el disgusto de la burguesía y del clero (generalmente ironizaban sobre ellos). Se encuentra una cita sobre las fallas dedicadas a San Vicente (la fogata primaveral): en 1596 fueron pagados a Pedro Torralba 74 libras, un sueldo y seis dineros por "les graelles" (las parrillas) donde se quemaban "les falles que fan en la festa del gloriós San Vicent Ferrer".

Al amanecer del día 18 en algunas vías urbanas aparecían peleles colgados en medio de la calle de ventana a ventana, o pequeños tablados colocados junto a la pared, sobre los cuales se exponían a la vergüenza pública uno o dos muñecos (ninots) alusivos a algún suceso, conducta o personaje censurables. Durante el día, los niños y adolescentes recogían material combustible y preparaban pequeñas piras de trastos viejos que también recibían el nombre de fallas. Unas y otras eran quemadas al anochecer de la víspera de San José congregando en torno a la hoguera una amplia participación popular.

Al día siguiente era día de media fiesta y los carpinteros y los valencianos devotos acudían a los templos parroquiales para festejar a su patrono. En muchos hogares se celebraban fiestas onomásticas en las que se agasajaba a los Pepes con tortadas, buñuelos y anís. En suma, una fiesta popular y vecinal.

La primera documentación con la que contamos sobre las fallas, es un oficio del 13 de marzo de 1784 que está en las Cartas Misivas del Archivo Municipal de Valencia , y que va dirigido al corregidor de la ciudad de Valencia para que prohibiera la colocación de los monumentos (especialmente los de tipo teatral) en las calles estrechas y junto a las fachadas de las casas. Como consecuencia de estas medidas de policía urbana (prevención de incendios) se obligaba a los vecinos a plantar fallas en las calles anchas, en los cruces de calles y en las plazas. Curiosamente, sin pretenderlo, una simple medida como ésta provocaría, a la larga, una importante transformación. Aunque las fallas seguían manteniendo una estructura horizontal y teatral en dos cuerpos (un tablado y una escena sobre el mismo), al colocarlas en el centro de una calle o plaza era preciso concebirlas de forma exenta, puesto que podían ser rodeadas. Para verlas en su totalidad, había que darles la vuelta, y al liberarlas de su anexión a una pared, se liberaron también nuevas potencialidades constructivas y la necesidad de inscribir mensajes en todos sus lados.

Estas fallas satíricas, al igual que els miracles de Sant Vicent, se acompañaban siempre de unas hojas de versos que, colgadas como pasquines en las paredes próximas o en los bastidores del pedestal, desarrollaban la rimada del tema que se escenificaba en la falla. Lo que en un principio era obra popular fue complicándose uniéndosele, a principios del XX, pintores y escultores alentados por los premios que Lo Rat Penat estableció en 1895 y que a partir de 1901 asumiría el Ayuntamiento de Valencia. Los artistas falleros formaron su Gremio y su arte se ha diversificado (decoradores y escenógrafos en multitud de películas de Hollywood como La caída del Imperio Romano, Lawrence de Arabia, 55 días en Pekín, El Cid…; carrozas de Carnaval; parques infantiles ciudades japonesas, alemanas o norteamericanas o para el valenciano Terra Mítica; fachadas para lujosos casinos de Nueva Orleans…)

Se tiene noticias de las fallas en 1751, 1783, 1789, 1792, 1796 y 1820. Pero el espíritu crítico contra autoridades y clero, provoca su prohibición en 1851, aunque desafiando a la autoridad fueron plantadas. En 1883 el Ayuntamiento estableció un impuesto de 30 pesetas por falla, solo se plantaron 4, el impuesto aumentó a 60 pesetas en 1885 y únicamente se alzó una, la de la calle Cervantes; en 1886 la ciudad se quedó sin fallas. Félix Pizcueta, encabezando un grupo de concejales, en 1.887 fuerzan al Alcalde a que derogue aquella disposición, rebajando la tasa a 10 pesetas. La reacción fue inmediata y ese mismo año se plantaron 29 fallas, que han ido aumentando hasta hoy.

En diversas ocasiones se intentó censurar la fiesta fallera por su carácter satírico y de crítica, pero poco había que hacer, esta presión generó, como reacción, un movimiento en defensa de las tradiciones típicas y en 1884 la revista La Traca otorgó por primera vez premios a las mejores fallas. La iniciativa sería continuada por la asociación renaixentista Lo Rat Penat en 1885. Este apoyo explícito de la sociedad civil mediante premios, despertó un espíritu competitivo entre comisiones de vecinos, estimuló el fervor fallero y produjo una decantación esteticista, dando lugar a la falla artística. En ella no desaparecía necesariamente la crítica (incluso podía experimentar una radicación política), pero comenzaba a predominar la preocupación formal, constructiva y estética sobre el conocimiento del monumento.



Hasta aqui la lección de historia, otro día mi opinion al respecto.

5/3/07

4/3/07

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