17/2/09

Con la palabra en la boca



Se había quedado tantas veces con la palabra en la boca, que sus mejillas parecían a punto de explotar, las consonantes le hacían cosquillas en el paladar, las vocales jugaban a pillar, las comas se le escondían entre los dientes y los puntos suspensivos encontraron un lugar agradable donde descansar en la superficie de su lengua, cerca de las papilas gustativas. Podía incluso hacer gárgaras con todas las cosas que nunca dijo y mezclar las letras formando frases en un lenguaje que podría no existir.



13/2/09

La cosa




La cosa iba de miradas perdidas y encontradas… de abrir cráneos y ver mentes, de entender todo lo que no decimos, lo que esta más allá del lenguaje, lo que es lo místico, lo que sólo puede mostrarse, cómo las pedorretas en la tripa o los besos en la nariz, como pasar de todo, como dormir haciendo eses, como dos puntos asterisco en la pantalla. En definitiva, la cosa iba de hacernos sonreír.



1/2/09

...---... (I)


Aquella madrugada el viento que abrió la ventana y azotaba la persiana la despertó sin mimo, sin caricias, sin amor ni miramiento ninguno. Nada parecido a la brisa de los días de primavera. Primavera… Abrió los ojos, un poco aturdida, como si la acabaran de sacar de un centrifugado, y se quedó paralizada durante unos segundos, lo justo para recordar quien era y donde estaba.

Las siete de la mañana no era una hora agradable para despertarse, en ninguno de los casos ni mundos posibles, era uno de los pocos universales que conocía.

Miró el reloj, las 6:65. Mierda! Pensó. Ha vuelto a pasar.

Se levantó, mantuvo el equilibrio de forma precaria y caminó hacia la ventana procurando no golpearse los dedos de los pies con la pata de la cama y con intención de cerrarla, y justo cuando iba a echar la cortina lo vio.

Pero que…? Murmuró.

Una luz parpadeaba con un ritmo constante al otro lado de la calle: corto corto corto largo largo largo corto corto corto. Aquello le sonaba de algo, y casi de inmediato recordó los días en que en otra vida fue capitán de un navío y de cómo el telegrafista subía apresurado y sudoroso con una nota en la mano en la que apenas aparecían tres letras S O S.

Vaya. Dijo

Echó la cortina, y se volvió a la cama, se dejó caer en un colchón que dejó de ser colchón hacía unos meses y siempre según el anuncio de esa famosa marca de colchones y somieres. Se tapó con el nórdico, cruzó los brazos bajo su cabeza y cerró los ojos.

Siete minutos y medio después los había vuelto a abrir.

Joder. Maldijo. Putos mínimos.

Se levantó, y se acercó a la ventana, se golpeó con la pata de la cama en el dedo pequeño del pie izquierdo y dando saltos sobre la pierna que le quedaba intacta con un pie entre las manos volvió a descorrer la cortina.

La luz parpadeante seguía allí.