19/1/12

Que me mate la pena negra, dijo, que lo haga ya que tengo que hacer pis y no se si me aguanto. Deliraba como deliran los febriles, sólo que su sintomatología cursaba sin fiebre. Sudaba, temblaba, y recitaba el Fausto de Goethe modo receta de bizcocho con mermelada de arándanos. ¿Por qué esa receta y no otra? No se, ¿por qué Goethe y no Chaucer?

Preguntas irrelevantes como esa se plantean los asistentes a esta meriendacena.

Construyamos el manifiesto dadaísta definitivo, grita alguien que ocupa la silla sexta y cuatro quintos de la fila tercera contando desde el este hacia el oeste. ¿Qué queremos comunicar?, se interrogan unos a otros, ¿de qué queremos hablar?, ¿qué queremos expresar?. Hablemos del sentido de la vida, grita un desdentado al que acompaña siempre un hurón domesticado que le pela las pipas para que pueda comerlas sin usar dentadura.

El sentido de la vida... susurro mientras anoto cuanto sucede en aquel garaje de camiones cisterna. He tenido que sentarme sobre una lámpara de pié estilo imperio que alguien ha traído a modo de bastón para tener una vista lo más amplia posible. De repente una melodía suena, hay un mono tocando el acordeón y todos lo miramos. Los interlocutores terminan por perder el hilo y al fin de la pieza quieren volver al tema que les ocupa, pero han olvidado quienes son. Tras unos segundos de desconcierto, uno toma la palabra.

Retomemos el debate, caballeros, dice el hombre del chaqué, de ser cierta la proposición 4.001 del Tractatus, el lenguaje no es más que la totalidad de las proposiciones. Un murmullo se levanta entre los asistentes que ahora han adoptado las maneras propias de un joven inglés formado en Cambridge. Asienten con tanta entrega que a uno se le han caído las gafas de pasta circulares al plato de sopa. Es Benjamin, anda preocupado últimamente, comenta a menudo que tiene que marcharse, que los van a perseguir, nadie termina de entender de qué habla ni a qué se refiere con ese plural, pero se lo suelen perdonar porque todos disfrutan cuando habla de la Spes Alada y el Angelus Novus.

Yo he terminado por olvidar cómo llegue a ser la tomadora de actas de estas reuniones secretas que se organizan sin fecha ni hora ni dimensión conocida, todo lo que traigo conmigo es una nota escrita con lápiz de ojos en la que aún se lee. “Este sitio no es el tuyo, nos vemos en Febrero en Siena”.

2 comentarios:

Février dijo...

Ay, SilviaSilesSilSilence. Ay, ¿pero cómo tanto amor de pronto? ¡Aún lloraré! Quenomeloesperaba. Cuánto me gusta lo que has escrito con todo: lo escrito, y lo no escrito. Ay, ay, ¡jo! <3

Onofre B dijo...

Es súper enorme esta entrada. Yo soy un poco pasabaporaquí y los secretos se me escapan, pero se disfruta igual o más o quizá sólo distinto de esa manera. Enhorabuena