impotencia
1. f. Falta de poder para hacer algo.
2. f. Incapacidad de engendrar o concebir.
3. f. Imposibilidad en el varón para realizar el coito.
Mientras escucho una canción que me recuerda a nachos con queso quito todas tus fotos de la pared de mi habitación porque no puedo verte, y si no puedo verte, no quiero verte.
Pero me he puesto a llorar al ver el hueco que dejabas y el aire de mi cuarto se ha hecho irrespirable.
La canción se ha terminado y mis sollozos han hecho eco en el rincón que hay entre el sillón y la mesa.
Y tú sin saberlo...
Llevaba un rato vestida y maquillada, esperando que el teléfono sonara para salir corriendo, tenía que verle aquella tarde, mas que tratarse de algún capricho, sentía la necesidad de verle, y no lo aguantaba, odiaba esa sensación que la esclavizaba a veces, como odiaba tantas y tantas de las cosas que hacía últimamente.
Pero el tiempo pasaba mientras ella miraba fijamente el móvil que sin darse cuenta se había convertido en su fiel compañero. El teléfono al que le confesó todos sus secretos, el testigo de su tristeza, el que escucho sin protestar todo lo que ella quiso contar, el que la acompaño tantas noches en vela y se dio cuenta de pronto de que algo tenía que ir muy mal en su vida como para dedicarle esos sentimientos a un trasto que solía sonar en los momentos mas inoportunos.
A esas horas ya sabía que no iba a llamar, era tarde para ella, tarde para cenar, tarde para quedar, tarde para pedir perdón, tarde para confesarle porque no dormía por las noches, tarde para darle la carta que había estado escribiendo aquella mañana, era tarde.
Deambulo descalza por un salón a oscuras al compás de una canción que la devolvía a un pasado no tan lejano como extraño en el que decidió pasar una noche más. Una última noche.
Acabo de caer en la cuenta de que el día 5 fue el cumpleaños de un chico del que pase enamorada tres largos veranos y que ahora sólo viene a visitarme en forma de recuerdo cuando algo despierta en mí esa melancolía que me enseñó. Ya nunca lo echo de menos. Es curioso el poder que el tiempo ejerce en nuestros recuerdos, en nuestros sentimientos o en nuestra forma de ser. ¿Dónde nacen las emociones?. Todo esta en constante cambio, todo fluye, que dice Heráclito, nada es lo mismo un segundo después, y en este río de acontecimientos yo me pregunto cómo es posible que en ocasiones un olor, una canción, una conversación, un lugar, una mirada, nos devuelva a un lugar lejano en el tiempo que creíamos olvidado. ¿Dónde se almacenan los recuerdos? ¿Quién los clasifica? ¿Por qué conservamos unos y reciclamos otros? El olvido me obsesiona, no quiero olvidar ni que me olviden, imagino que la necesidad de la inmortalidad es común en el resto de mortales, no ya perpetuar mi yo corpóreo en este mundo, no quiero vivir mil años, no quiero estar presente en la tercera guerra mundial, ni en el próximo ataque nuclear, ni quiero ver como el meteorito ese que ronda la orbita terrestre decide impactar contra esta pelota en la que vivimos y de la que nos creemos dueño, yo quiero vivir en el recuerdo, en alguna estantería olvidada a modo de libro, en algún mercadillo lejano e forma de carta, en algún cajón de una casa vieja en forma de diario. Pero para poder vivir en el recuerdo primero tiene que haber algo que recordar. Lo cual me recuerda, valga la redundancia, que hoy es un nuevo día, que en la calle hay gente con mil historias que contar, que en el metro me encontraré al estudiante de siempre, al empresario de siempre, al anciano de siempre que dormita hasta que llega su parada. Cada uno con sus pensamientos, con sus recuerdos, con sus canciones favoritas, con sus anhelos y sus sueños. ¿Cómo inmortalizar un recuerdo entre tanta gente? ¿Cómo ser diferente?
Relátame con quién deambulas y te manifestaré tu idiosincrasia
Pelearé hasta el último segundo y mi epitafio será: No estoy de acuerdo.
Joaquín Sabina