29/6/08

Amor a quemarropa

Clarence y Alabama

27/6/08

En la sala de espera I


Y en la sala de espera del médico de cabecera, una enfermera gritó su nombre. Hacía tanto que no lo escuchaba que el peso de los recuerdos cayó sobre ella como una losa, hacia tanto que no lo veía que las miles de veces que se había imaginado un reencuentro se agruparon haciéndole un nudo en la garganta que la impedía respirar.

Miraba de un lado a otro, esperando que alguien se levantara. Ante la ausencia del paciente la enfermera volvió a gritar:
-Mario Escudero.
Su pulso se acelero, buscaba entre la gente una cara familiar que no encontraba, una leve muestra de que encontraría en un rostro probablemente arrugado, a aquella persona que extrañaba cada día de su vida.

26/6/08

La aritmética de los placeres

"La aritmética de los placeres obliga al cuidado del otro: la definición del núcleo duro de la moral. Para sus adversarios, el hedonismo es el síntoma de la indigencia de nuestra época; individualismo, dicen –confundido más bien con el egoísmo: el primero afirma que sólo hay individuos, el segundo, que no existe nadie más que él-, autismo, consumismo, narcisismo, indiferencia con respecto a los sufrimientos del prójimo y de toda la humanidad…


De hecho, el hedonismo defiende exactamente lo contrario. El placer nunca se justifica si el precio es el displacer del otro. Sólo hay una justificación del displacer del otro: cuando no se puede hacer otra cosa para evitar el dominio destructor de la negatividad del tercero. En otras palabras, cuando la guerra se vuelve inevitable. El regocijo del otro induce el mío; el disgusto del otro causa el mío."


Michael Onfray. La fuerza de existir. Manifiesto hedonista

17/6/08

Sólo solo

Deambuló por los pasillos de una casa que le era tan propia como extraña, pasaba los dedos por las paredes marcadas de gotelé, llenas de cicatrices y manchas de un pasado no siempre lejano, testigo, como suelen serlo las paredes, de secretos inconfesables, de sonrisas y de llantos, de tantas y tantas cosas que mientras caminaba podía notar los recuerdos abrazándole. La luz del atardecer del comedor le cegaba, pero tampoco le importó, desde que ella se marcho casi nada le importaba. Se sentó en aquel sofá que se le antojaba enorme y echó mano de su vieja guitarra, desconchada y repleta de restos de lo que en su día fueron pegatinas con gran valor sentimental, se abrazó a ella como si la abrazara a ella, paso los dedos por las curvas de la caja como su volviera a tocar el cuerpo desnudo del que una vez disfrutó y acaricio sus cuerdas como acariciaba su pelo, su pelo… Comenzó a tocar, eran notas sueltas, como las palabras que acabó llevándose el viento, no eran nada y lo eran todo, la incoherencia de cuando temes perder lo que mas amas, amar… El punto que anudaba sus labios se soltó y de ellos nació la más bella melodía, la más bella que nunca había tocado, la más bella como todas, todas eran las más bellas, todas salían de lo más profundo del dolor que nunca se creyó capaz de sentir. Se sorprendió a sí mismo perdido en el abismo de la soledad de los días que pasaban goteando y le dolió de nuevo la cicatriz de su corazón, lo que más odiaba era ponerse sentimental, era la melancolía, los pensamientos que le abordaban en cada esquina, con cada foto, cada olor. La sensación de no ser dueño de nada, de que todo se le escapaba, de que toda era mas grande que el. Se levantó odiando la guitarra y buscó por la casa su paquete de tabaco, abrió un cajón y maldita la hora en la que quiso fumar, una nota lo miraba, por encima de los demás trasto, una nota como otra cualquiera de esas que se dejan con un imán en la nevera, de esas que ella dejaba en la mesita de noche cuando le tocaba madrugar, una nota de esas que le hacía sonreír, siempre, una nota, puta nota que venía a recordarle que no estaba, que nunca volvería, puta nota que era casi todo lo que le quedaba. No tenía fuerzas ni siquiera para contener las lágrimas y lloró, desconsolado, muriendo un poco cada instante, muriendo él también. Ya no se preguntaba porqué, ya no le importaba ni eso, sólo se dejó crecer la barba, sólo dejó de comer, sólo dejó de sonreír, sólo evitaba los espejos, sólo llevaba meses durmiendo en el sofá, por no volver a las sábanas que olían a ella, sólo no era nada, no era nadie, no existía, sólo era recuerdos en una caja vacía, esperando consumirse en su propia pena, esperando el final, su final, otro final, uno más…


11/6/08

Un día cualquiera

Aquella mañana se despertó convencida de que todo era una mierda y no quiso salir de la cama. En un diario online leyó que Microsoft trabajaba en un avance de Windows 7, optimizado para funcionar con pantallas táctiles y se dio cuenta de que el mundo seguía girando. Se levantó despacio, no tenía prisa, y camino arrastrando los pies por el pasillo hasta llegar al baño, se miro al espejo durante un buen rato, fijando su mirada en las gotas de agua que se acumulaban entre sus poros y su vello facial, y decidió que le apetecía desayunar. Preparó tostadas para uno y café para tres. Tomaba demasiado café, pero ¿que más daba? Bebió sorbo a sorbo de una taza con el asa rota, tremendamente incómoda, mientras miraba por la ventana como el mundo funcionaba, como seguía girando, como pasaba de ella y no le molestó. ¿A qué estamos hoy? Le preguntó a un gato que se frotaba entre sus piernas. Tenía que dejar de hablarle al animal y lo sabía. Deshizo el camino para volver al baño y abrió el grifo del agua caliente, espero a que el termo se encendiera y se ducho con tranquilidad, el gato le había dicho que era viernes y no tenía prisa. Salió de la ducha empapada y camino dejando a su paso pequeños charcos que formaba el gotear de su cuerpo. ¿Hará frío o calor? se preguntó. Se enrolló una toalla y se plantó frente al armario. No sabía que ponerse, ¿de que me disfrazo hoy? Al final falda y suéter, unos zapatos sin tacón y una chaqueta por si acaso fuera era Mayo.


9/6/08

Quique Gonzalez

Quique Gonzalez. Casa de la cultura. Gandía. 07.07.08

Ivan Ferreiro

Ivan Ferreiro. Greenspace. Valencia. 06.07.08

3/6/08

El timbre del teléfono

Dejó sonar el teléfono. No estaba en casa. Y sin estar, el timbre de cada tono parecía perforarle el cerebro. Cuelga. El timbre cesó. Me pregunto quien sería. Aunque en realidad no importa. No estoy en casa. Quizás fuera urgente. O puede que no. Podía ser uno de esos contestadores que te dicen que has ganado un sorteo y te ha tocado un chalet. A lo mejor era mi madre. ¿Cuánta gente tiene el número de teléfono de mi casa? Desde luego, nadie con quien me apetezca hablar ahora. O si. A lo mejor eran los del banco. ¿Cómo irá mi cuenta, a todo esto? Estará ya en números rojos. Y hablando de rojo, tengo que llamar a los de Cruz Roja, ya no me apetece seguir pagando. A lo mejor era una oferta de trabajo. En ese caso sería una pena no haberlo cogido y es mejor no pensarlo. No pensarlo. No pensar. A lo mejor es mejor no pensar. Quiero que me escribas una canción. Vuelve a sonar. Esta vez ha dado menos tonos. Ahora releo el párrafo y me pregunto si esto es una reflexión profunda a cerca de los pensamientos que desencadena el timbre de un teléfono, o simplemente una lluvia de ideas ordenadas sin orden y escritas sin pensar.

Sonando...